Hacer luz de gas

CULTURA DE VENTAS

La luz pierde fuerza. Como si alguien hubiera encendido otra lámpara de gas en otra habitación. Pero no puede ser: la cocinera duerme, la asistenta tiene su noche libre y el marido ha salido.

Otra vez se oyen unos pasos en el desván. Ahí no puede haber nadie, la entrada está bloqueada. ¿Es que nadie más los oye?

Ya hace tiempo que algunas cosas desaparecen o cambian de lugar. Cada vez, todos dicen que ha sido ella misma. No lo recuerda.

El marido ya está perdiendo la paciencia. Tiene que encerrarla en la casa y no permitir visitas para que no le ponga en ridículo con sus rarezas.

Tal vez su marido tenga razón: se está volviendo loca.

Ya no recuerda la última vez que salió de la casa.

La expresión «hacer luz de gas» se ha usado coloquialmente desde la década de los 70 para describir el intento de una persona por manipular el sentido de la realidad de otra.

Seguramente ya no es una expresión que se diga mucho, aunque sí se sigue utilizando en la literatura clínica.

Su origen está en la obra de teatro Gaslight, de Patrick Hamilton (1938) y las adaptaciones al cine de 1940 y 1944 (se popularizó sobre todo a partir de esta última, protagonizada por Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten).

Se puede decir que, en muchos aspectos, es como una versión más sutil y maquinada del acoso laboral.

«¿Cómo he podido olvidar esa reunión? ¿Quién ha cambiado la cita? ¿Cómo se ha estropeado este material...?».

Una o varias personas actúan a espaldas de otra para cambiar su percepción, para hacerle creer responsable de desavenencias, de pequeños errores que se van acumulando y haciendo cada vez más graves.

La víctima puede acabar creyendo que comete errores sin darse cuenta, que está perdiendo la memoria u otras facultades.

¿Has vivido o conocido algo parecido en el mundo empresarial? Porque lo cierto es que, cuando alguien ve su puesto en peligro o desea un ascenso, hay quien está dispuesto a hacer lo que sea.

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