Sí cambies
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El mismo bar o café. Por la misma zona. A poder ser, la misma mesa.
Los paseos por los mismos lugares, como si fuéramos confirmando que todos sigue en su sitio.
Los rituales cotidianos. Tenemos cada movimiento programado desde que no es levantamos.
Porque la rutina nos ayuda a hacer más llevadero el día a día. Porque podemos desconectar el cerebro y nos hace sentir confiados.
Por eso somos recelosos cuando alguien viene cambiando algo. Porque quiere alterar el orden establecido. Y tal vez porque no se nos ha ocurrido a nosotros y nos pone de algún modo en evidencia.
Y a menudo, aunque sepamos que ha sido para mejor, nos fijamos más en el proceso que en el resultado. En el supuesto dolor, que no es más que una excusa mientras lo aceptamos.
Si has hecho algo durante años de una manera, no puedes esperar que un cambio empiece a funcionar desde el primer minuto. Tenemos que empezar por trabajar nuestra propia actitud.
Cuando se da el paso, cuando se vence esa pereza y se estimula esa parte del cerebro que no quiere cambios, la oportunidad es segura.
Y aunque el resultado no sea el esperado, siempre es bueno haber cambiado.
Porque, aunque se vuelva a lo anterior, nunca se vuelve exactamente a lo anterior. Está el camino aprendido y ya no somos los mismos.
Ángel González Palenzuela
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