Saber perder, saber ganar

CULTURA DE VENTAS

En una serie, una cualquiera, una pastora (no de ovejas, sino de fieles) viene de arbitrar un partido infantil contra otra parroquia.

¿O habría que decir «con» otra parroquia? Porque es un partido en el que «nadie gana y nadie pierde»: lo único que cuenta es el placer de jugar y transmitir así valores de deportividad, trabajo en equipo, respeto al rival, etc.

Aquello me hizo reflexionar sobre un viejo tema: ¿es posible una cosa sin la otra? ¿Es posible transmitir esos valores que da el deporte (al menos el deporte infantil) sin enseñar también a calibrar el natural deseo de ganar, que es la esencia del juego?; ¿sin gestionar las emociones y la confrontación?

La pastora llega con el equipo de su parroquia a una tienda del barrio. Mientras les insiste a los niños en que «todos han ganado» y le explica el «principio pedagógico» al tendero, se le nota que ella misma no está muy convencida. Al final, le susurra al tendero con orgullo: «Pero hemos ganado nosotros…».

La vida es ganar algunas veces (en el sentido de que las cosas salgan más o menos como se quiere) y perder las más de las veces, por lo menos en las cosas importantes. La vida es eso. Es no dejar de intentarlo, porque quieres cambiar las cosas a tu favor, o alcanzar algún objetivo.

Comparto la mayoría de los esfuerzos por educar en valores y por plantear las cosas con nueva perspectiva. Hay mucho por cambiar en la educación, mucho en el propio sistema y, sobre todo, en la mentalidad.

Pero esta obsesión por evitar toda decepción o contrariedad en los niños (y cada vez más en los adultos), esa negación del fracaso puntual, eso tengo claro que es altamente contraproducente.

Sencillamente porque es irreal. Y lo que no sucede en el «mundo real», lo que no sucede en la vida, no te prepara para la vida, no es un verdadero aprendizaje.

Crear un mundo en el que no hay vencedores ni vencidos, en el que la competitividad es negativa y donde todos somos iguales, es en gran medida inutilizar para la vida.

Ni entro en que esas cuestiones no tienen por qué ser malas: competitividad, retos, destacar, confrontarse…; que, muy al contrario, son el motor de la vida y las herramientas para desarrollarse como persona y sociedad.

Otra cuestión es, en la vida y en los negocios, a quién se considera «ganador» y por qué, qué valores son predominantes y a costa de qué y de quién se consiguen los objetivos. Un «ganador» sin ética no es más que un oportunista.

Dejando esto aparte, evitar la frustración en la educación es también eliminar la capacidad de gestionarla y superarla, es dificultar el desarrollo de la resiliencia, como se dice ahora. Es quitarles a los niños los mecanismos naturales que nos activan y nos preparan, que desarrollan nuestras aptitudes.

¡Qué importante es aprender a perder!

Y también, por supuesto, aprender a ganar, con respeto y empatía.

Foto de Jeffrey F Lin en Unsplash